Ninguna está destinada o condenada a amar a nadie.
Los accidentes suceden, no somos heroínas,
suceden en nuestras vidas como los choques de autos,
como los libros que nos cambian, los barrios
a los que nos mudamos y que llegamos a amar.
Tristan e Isolda es apenas la historia,
las mujeres al menos deberían conocer la diferencia
entre el amor y la muerte. Ninguna copa de veneno,
ninguna penitencia. Sólo el pensamiento de que el grabador
debería haber atrapado alguno de nuestros fantasmas: que ese grabador
no sólo reprodujo sino que debería habernos escuchado
y podido enseñar a las que vienen después de nosotras:
esto fuimos, así fue como intentamos amar;
y éstas son las fuerzas que ellos alinearon contra nosotras,
y éstas son las fuerzas que nosotras alineamos en nuestro interior,
adentro y en nuestra contra, en contra y adentro nuestro.
-Adrienne Rich (1929)
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